Fernando Vázquez Rigada
La república se debate en una confrontación que definirá su futuro. Por un lado existe una corriente que pugna por las transformaciones hondas y anchas, por poner la mirada en el futuro, por consolidar la democracia y, quizá, por generar las condiciones por un México más equitativo.
A esta corriente se opone otra, igualmente poderosa, que defiende el status quo, los privilegios, la corrupción. La impunidad.
No es claro si estamos viviendo en un gatopardismo puro: que todo se reforme para que nada cambie o si, en verdad, quienes apuestan por la reforma están empujando un cambio en el modelo nacional.
Las señales son contradictorias y preocupantes.
En el mismo país que declara la guerra al hambre, que desafía a la desigualdad, que dice tratar de generar condiciones para que todos tengan acceso al crédito y a la formalidad, se declara la inocencia de Raúl Salinas de Gortari y se legitima su riqueza grosera, sucia, ofensiva. El peor ejemplo de la corrupción, del abuso, del cuatismo sin escrúpulo, es declarado inocente. Raúl Salinas no es sólo un hermano incómodo: es un ícono de la inmoralidad. Su riqueza, hoy legal (que no legítima), proviene no sólo de la corrupción sino de la carencia absoluta de escrúpulos: de la importación de leche contaminada con radioactividad, de granos rechazados en países desarrollados para consumo humano que se distribuyeron a las clases populares.
En el mismo país que pretende prevenir la violencia, combatir con inteligencia al crimen organizado, afirmar que la fuerza bruta se agotó como método para reducir la inseguridad, uno de los peores capos de la historia, Rafael Caro Quintero, es liberado. 28 años después de su encarcelamiento, un magistrado encuentra que todo el procedimiento para juzgarlo fue erróneo y ordena su excarcelación. Sólo faltó una disculpa pública. En los inicios del gobierno de Fox, el chapo Guzmán fue liberado a través de los vasos inagotables de la corrupción. Hoy Caro Quintero es liberado, acaso por circunstancias similares, pero sin recurrir a la parafernalia de la escapatoria. Sale con un amparo bajo el brazo.
La falta de respuesta inmediata y contundente del gobierno federal, genera estupor cuando no sospecha.
La justicia, o es pareja, o deja de serlo. Las reglas se aplican a todos o a ninguno. No hay nada más oprobioso que la aplicación selectiva de la ley. Por lo pronto, una sombra escalofriante cubre, al menos, al poder judicial. No es un tema en absoluto menor. Los países desarrollados lo son, precisamente, por contar con certidumbre jurídica, con jueces que se opondrán a la autoridad, con tribunales en donde el ciudadano encontrará una defensa efectiva de sus derechos.
Si el poder judicial no está a la altura del reto de quienes aspiramos a transformar genuinamente al país, tendrá que ser reformado de manera integral. Todo el sistema judicial está repleto de ejemplos terribles de injusticia, de corrupción, de ineptitud. Una reforma judicial de gran calado es un tema pendiente en la agenda del pacto por México. O llega, o sabremos entonces que, efectivamente, debemos prepararnos para que todo cambie, en aras de que todo permanezca igual.