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septiembre 25, 2013

Tiempo de Decidir

Fernando Vázquez Rigada

La reforma energética se da en medio en un proceso de transformación legal y económica del marco legal de desarrollo del país.

En mi libro las palabras de Casandra: historia del futuro del estado mexicano, publicado a finales del año 2011, alertaba que el retroceso del país era de tal magnitud que habría que emprender una serie de reformas simultáneas para destrabar los nudos que atenazaban el desarrollo nacional. La más importante reforma, aducía, tendría que ser en nosotros mismos: en nuestra forma de pensar, en nuestras creencias, para permitirnos emprender una segunda independencia (de nuestra ideología) y una segunda revolución (de nuestras ideas).

Jordi Pujol, quien fue presidente de Cataluña por muchos años, acuñó el término país de bienvenida para referir la apertura mental, económica, cultural y política de una nación para recibir nuevas ideas, expresiones culturales, inversiones, soluciones a sus problemas, a cambio de que el mundo, en reciprocidad, recibiera también lo mejor del país.

La reforma energética forma parte de un proceso de transformación de México. Se han reformado las bases constitucionales de la educación, de las telecomunicaciones, del amparo, del régimen laboral, del sistema financiero. Es un cambio profundo y trascendental. Uno que no ocurría en un cuarto de siglo.

Nunca he sido partidario, ni lo soy, de reformar el precepto constitucional que otorga a los mexicanos la propiedad sobre el suelo y el subsuelo. Conozco la génesis de su creación, los costos en vidas y la historia que nos condujeron hasta ahí. Pero reconozco también el agotamiento de un modelo petrolero y de generación de energía eléctrica. El futuro de la riqueza energética de las naciones no estará ni en aguas someras y quizá tampoco en profundas: estará en las rocas (lulitas) en las arenas, lo que demanda un despliegue tecnológico del que carece Pemex.

El tema de la reforma energética no es sí se abre o no el sector, sino cómo se hace. México requiere tener un desarrollo potente sustentable e incluyente. De poco nos sirve tener petróleo y gas shale si no se puede extraer y si ese potencial no se convierte en empleo, ingreso y bienestar para los mexicanos. Que mal ser ricos en petróleo y tener hambre. Sacar petróleo pero importar 12 mil millones de dólares en petroquímicos cada año y 4 de cada 10 litros de gasolina.

Habría que reflexionar si el Puerto de Veracruz funciona hoy mejor, bajo la rectoría del estado conviviendo con el sector privado, que ayer que estaba dominado por mafias sindicales y por funcionarios ineptos. Habría que preguntarle a los empleados de la industria petroquímica secundaria (privada) si se sienten explotados u oprimidos: si preferirían tener el empleo que hoy tienen o ninguno.

Respeto a Cárdenas y lo admiro. Entiendo que fue un hombre de su tiempo. Fue un reformador, Un hombre que tuvo la valentía, también la templanza, de tomar las decisiones difíciles de su tiempo. Su carácter le dio a México una palanca de riqueza que ha perdurado por tres cuartos de siglo. Este, el siglo XXI, es nuestro tiempo. Tomar las decisiones que nos saquen de la pobreza son nuestras y no pueden ser de nadie más. Todos quienes fueron grandes generaciones enfrentaron las mismas dudas, los mismos temores y desafíos semejantes a los que hoy se nos anteponen.

Hacer lo mismo que hemos hecho los últimos años nos conducirá al mismo destino.

Falta a la reforma la aplicación de la experiencia histórica reciente: el blindaje de un regulador fuerte e independiente, una política de estado clara y transparente, el desmantelamiento de las redes sindicales corruptas, garantizar a la nación que se castigará y se prevendrá el saqueo al que PEMEX y CFE han sido sometidas.

La rectoría del estado no está en cuestionamiento ni la propiedad de los mexicanos sobre el subsuelo. Por eso esos detalles son centrales para garantizar que, en las asociaciones con el sector privado, prevalecerá el interés nacional. No cabe duda: hay que desatar la energía de la nación. Hay que generar riqueza y hacer que se reparta. Hay que terminar con los privilegios. Hay que hacer del sector energético una nueva palanca del bienestar en el siglo XXI. La generación liberal precisó romper con la ideología dominante de la colonia para fundar el estado laico y repartir las tierras ociosas. La generación de la revolución rompió con el modelo de desarrollo de los propios liberales y enfrentó con valentía los desafíos de su tiempo. Llegó nuestro momento. Es tiempo de decidir.

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