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LA EPIDEMIA DE DESCONTENTO

Fernando Vázquez Rigada

 

 

Una epidemia de descontento recorre el mundo. La democracia cruje. La estabilidad se cuartea. La convivencia revienta.

 

La onda expansiva del malestar debe alertar a la comunidad internacional.

 

En Canadá, el desplome en la popularidad de Trudeau por escándalos de corrupción apenas le permitió reelegirse en minoría. Trump está entrampado en un juicio político. Culiacán destapó la más hedionda cloaca mexicana.

 

Norteamérica se hunde en la discordia. Pero no solo ella.

 

Costa Rica ve cómo las tensiones sociales se estiran y demuelen la aprobación de, ya, tres presidentes consecutivos. Puerto Rico votó con los pies y echó a su gobernador. Ecuador estalla. Bolivia se hunde en el caos reeleccionista y fraudulento. Chile militariza sus calles.

 

El viejo continente no está mejor. España lleva un lustro sin poder formar gobiernos. La crisis de Cataluña y de los demás nacionalismos amenaza la existencia misma del estado español. Italia hierve en inestabilidad. Finlandia disuelve su gobierno y Turquía emprende una guerra con Siria.

 

Incluso China, el coloso asiático autoritario, se revuelve en una disputa con Hong Kong.

 

Urge repensar la política y renovar los consensos en los que descansa la democracia. Claramente, los sistemas de representación ya no son suficientes para enfrentar desafíos colosales: económicos, ambientales, de gobernanza, sociales.

 

Las personas quieren representación y quieren bienestar.

 

Tal fue el origen de los sistemas democráticos que fueron sustituyendo a los absolutismos y destruyeron a los imperios.

 

La simiente de la revolución norteamericana fue la debida representación política, en protesta por la exclusión de un poder lejano, arbitrario y arrogante. La de la revolución francesa tuvo coordenadas similares, provenientes del abuso y el atropello.

 

La respuesta comunista dio de sí ante las tensiones económicas y sociales insuperables.

 

A este tiempo de malestar que lleva tres lustros incubándose, el pensamiento político ha reaccionado con péndulos: de los extremismos del espectro a la instalación de los populismos en todo el planeta.

 

No son la solución.

 

Intuyo que resolver esta dinámica requerirá de una gran ingeniería política y constitucional. Es preciso idear instituciones nuevas de representación que den cabida con gobernabilidad a la multiplicidad de voces que enriquecen la vida pública.

 

También, se requerirá de un nuevo pacto social en donde las cargas y los beneficios se distribuyan equitativamente. Donde se teja un nuevo concepto de autoridad, pero también de ciudadanía. En donde pactemos los nuevos márgenes de inclusión, respeto y participación.

 

A la primera oleada de descontento surgieron pensadores del calibre de Rousseau y Montesquieu. A la segunda, de Marx y Engels.

 

Hoy necesitamos replantear nuestros modelos de convivencia para recuperar la prosperidad y la armonía. La exclusión no es la solución: es el problema.

 

Es preciso elevarnos sobre la discordia y el discurso polarizante para salvar lo más posible del naufragio.

 

Es preciso. Y es urgente.

 

@fvazquezrig

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