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LA SEGUNDA CRISIS MUNDIAL

15/08/2011
El mundo comienza a padecer nuevamente los espasmos económicos de un sistema agotado. La desaceleración mundial se precipita por un triple golpe: sobreendeudamiento, procesos democráticos imperfectos y desconfianza.

La primera vertiente del caos se nutre por los excesos de los países ricos. Niall Ferguson nos recuerda en «Coloso: auge y caída del imperio americano», que los imperios siempre mueren del mismo mal: bancarrota. Nada más difícil para un multimillonario que aceptar que ya no lo es. Eso le ha ocurrido a una gran cantidad de países, particularmente Estados Unidos, Japón, Italia.  Se trata de las economías uno, tres y ocho del mundo. Su PIB acumulado roza los 23 billones de dólares (millones de millones). Es decir: estas tres economías representan casi el 40% de la economía mundial.

La primera vertiente de presión tiene que ver con las deudas inmensas que han adquirido. Esos países, simple y sencillamente, han gastado por años más de lo que tienen. La deuda de Estados Unidos es equivalente al tamaño total de su economía. La de Japón representa el 220% de su PIB. La de Italia, 125%. Parece que se trata de un mal endémico: en la eurozona, además de Italia, enfrentan graves problemas Grecia, con una deuda de 160%, Irlanda y Portugal (100%) así como Francia y España, 80% y 60% respectivamente. A la deuda se agregan los pesados déficits fiscales, que en el caso de Irlanda llegó a la cifra de vértigo de  32%. En Estados Unidos, George Bush logró transformar un equilibrio financiero en un déficit de 1, 200 billones de dólares: más que la totalidad de la economía mexicana.

Estos problemas se han agravado por la necesidad de salir a financiar pesados rescates financieros, inyecciones de capitales a los mercados, más una buena dosis de descontrol en el gasto.

Pero esta crisis de irresponsabilidad se agrava por un mal funcionamiento de los sistemas políticos. El descontento en la democracia crece. Las reglas de operación de la democracia norteamericana, pensadas para garantizar la representación real de las minorías en los procesos políticos, han hecho que un grupo de radicales (el Tea Party) logre secuestrar el debate público. En España e Inglaterra las instituciones crujen. En Grecia el descontento se vuelca en las calles. La democracia pierde anclaje popular en toda Latinoamérica. Ocurre que existe la certeza por parte de los ciudadanos comunes que no son representados, que la clase política está coludida con grandes intereses económicos, que las necesidades de la calle no llegan a los Congresos, a las Casas de Gobierno, a los Juzgados. Se tiene la convicción de que las pérdidas se socializan y las ganancias se privatizan.

Ante la imagen de poderes fácticos que han trastocado el rostro de las democracias, ocurre la crisis de confianza que golpea de frente el horizonte económico y político del mundo. Lo que vivimos no es sino la consecuencia de un sistema agotado, cuyas reglas se niegan a ser modificadas por los grandes intereses que han sido beneficiados con un modelo creado en la década de los 80. La capacidad de generar crecimiento se desbieló, al tiempo que nunca se pudieron afinar los mecanismos para que el progreso contagiara a grandes capas de la humanidad. Sin un sistema de representación política confiable, con pesadas cargas financieras que tendrán que pagar los ciudadanos, parece que el momento llegó para repensar el entramado internacional que nos sostiene, pero que ya no nos gobierna.

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