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MARCHAS

11/04/2011
Las marchas ciudadanas que sacudieron la conciencia nacional llevaron inscrita una demanda precisa: paz. Cada uno de los manifestantes  participó con una esperanza: no ser el siguiente. No perder a sus hijos. No llorar a otro caído. Los sentimientos que nos unen van más allá del miedo: se centran también en la certeza de que México no puede seguir por este camino.

Las manifestaciones se dieron en un contexto terrible y lamentable: el asesinato a mansalva de siete jóvenes en Cuernavaca y el descubrimiento atroz de una fosa con 59 cadáveres. El poeta Javier Sicilia renunció a su oficio, la palabra, porque ésta le había sido enmudecida por el hampa al arrancarle de tajo a su otro amor: su hijo. El dolor nutrió su fortaleza última para alertar a México: si continúan conmigo estaré vivo. Si me dejan, tendrán un muerto más. Su discurso es un desafío a la sociedad. No sabemos, por lo tanto, si ese será el prólogo de una nueva etapa de su vida o si se convertirá, fatalmente, en testamento.

Sicilia dio en el blanco: México está urgido de recuperar sus vínculos de solidaridad, su capacidad de sorpresa, su posibilidad de generar indignación. En la medida en que la protesta y la acción social continúe, volveremos a ser lo que fuimos antes: un país generoso, solidario, protegido.

Resulta preocupante la transmutación de valores de los últimos años. Hay movimientos sociales útiles ante gobiernos inútiles. Los gobernantes nombran héroes a los deudos: Wallace, Martí, Sicilia, Marisela Chávez, Cecilia Escobedo, Benjamín Le Barón. A los otros miles que han visto desplomar su familia, se les llama daños colaterales y permanecen anónimos. México, que reía de la muerte, hoy le rinde culto. El amor por el dinero se ha vuelto más grande que el amor por la vida.

Finalmente, los efectos secundarios de la descomposición se reflejan en la política. De acuerdo a la última medición de Consulta Mitofsky sólo el 49% de la población aprueba ya la lamentable gestión de Felipe Calderón. El 48% restante la reprueba. El segundo (des) gobierno de la alternancia se sostiene con los cañones: los militares y los mediáticos. Con todo, ya no basta el gasto insultante de 6,479 millones de pesos anuales (17 millones de pesos diarios) en publicidad para apuntalar el consenso. Gobernar es comunicar, se dice, pero la comunicación no puede suplir la falta de gobierno. Habría que recordar a Aristóteles: cuando un rey pierde el afecto de su pueblo, deja de ser rey.

La espiral de descomposición alcanza niveles inauditos. En Veracruz, el gobierno de Fidel Herrera es señalado por comprar medicinas piratas contra el cáncer. Medicamentos de alta tecnología que debían costar 31 mil pesos se compraban en mil y se suministraban a los pacientes en el sistema de salud pública. La corrupción deja de serlo y se convierte en sevicia cuando toca a un niño, a un anciano o a un enfermo. No hay palabras suficientes para describir un acto semejante.

México no volverá a ser lo que fue mientras la sociedad mantenga esa pasividad pasmosa. Por eso hay que marchar y protestar. Hay que hacerlo por nuestros hijos. Por los migrantes. Por esta tierra maltratada y cansada de recibir los cadáveres de sus hijos. Por la posibilidad de podernos ver aún al espejo. Hay que hacerlo porque es preciso renovar a la sociedad y purgar a la autoridad. Hay que marchar. O marcharse.

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