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Solos

08/10/2012

Uno de los desafíos más importantes de la sociedad global será resolver las graves limitaciones de la representación política. El desaliento cunde. La certeza de que los representantes están sometidos, que juegan para sí, que no saben mirar para abajo, amarga a las sociedades de todo el mundo.

La democracia se convierte, poco a poco, en una plutocracia. La arena política no se renueva y, cuando lo hace, se llena de los peores.

La crisis política de la globalización es también global, y posee tres dimensiones:  la política no es representativa, no es eficiente y no es transparente.

En una gran parte del mundo, la democracia no existe. China es un estado autoritario que no posee aspiraciones de cambio. Este año decidirá la renovación presidencial mediante un acuerdo cupular. Gran parte de los países de Asia comparten su signo. Lo mismo ocurre en África y en el mundo árabe, cuyo desenlace ante el deshielo de las dictaduras es aún incierto. En Cuba, se detuvo a Yoanni Sánchez por ejercer un derecho humano, el de expresión, que ahí no existe.

Hay una segunda vertiente del autoritarismo: el de la democracia pervertida. Es el caso de Rusia y Venezuela, entre otros, en donde los dados se cargan en favor de quien tiene más poder. También existe la democracia de mercado de Estados Unidos, la Unión Europea  o la de México, en donde quien tiene el dinero tiene el poder. Para muestra un botón: Barack Obama recaudó, sólo en el mes de septiembre, 181 millones de dólares.

Por lo mismo, como no existen vínculos sólidos entre el ciudadano y el representante, la democracia no ofrece los rendimientos que se esperan de ellos. España se quiebra. Italia hierve. Por todos lados surgen los movimientos  de indignados, los 132, los ciudadanos que quieren dar una caja de resonancia a su voz. Los índices de aprobación de los políticos son lamentables: 32% para  Sebastián Piñera (Chile), Porfirio Lobo (Honduras) 14%,  Laura Chinchilla (Costa Rica), 13%. Reprueban también los dirigentes de Canadá y Paraguay.

Para colmo, la democracia contemporánea tiene la adicción más difícil de curar: la del dinero fácil. La sed de recursos no se agota con la llegada al poder, por el contrario: crece. México es un país carcomido por el abuso de los recursos públicos, por la cultura del cochupo, del amiguismo y del cinismo. Brasil inicia este mes el Juicio del Siglo, en el banquillo de los acusados prominentes partidarios de Dilma Rousseff  e Inácio Lula.

Urge una reingeniería para dar calado y representatividad a las instituciones y a los procedimientos democráticos. Requerimos reimagniar el uso del poder, no sólo para gobernar, sino para reorganizar a la sociedad. Se debe reconstituir la confianza en la cosa pública. Devolverle su honorabilidad, su decoro. Sin estas precondiciones, seguiremos teniendo el gobierno de los peores.  Pocos estarán dispuestos a perder su prestigio, su nombre, su tiempo. Hay que permitir que la política la pueblen hombres y mujeres con rostro, con voz, con la certeza de que han dejado de estar solos.

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