13/12/2009
México frenó un crecimiento pujante, y comenzó un verdadero desplome económico, a partir de dos decisiones concretas: la incapacidad de reconocer que el modelo de Desarrollo Estabilizador se había agotado y la decisión de politizar la toma de decisiones económicas.
El país vivió prácticamente dos décadas de crecimiento promedio del 6.5% anual, a partir de la llegada de Adolfo Ruiz Cortines. El veracruzano devaluó la moneda y dio orden a las finanzas públicas gracias al respeto profesional que le profesó a su secretario de Hacienda: Antonio Carrillo Flores. Flores inyectó a las finanzas públicas del país con austeridad y diseñó objetivos específicos para el desarrollo.
Pero fue el Secretario de Hacienda de Adolfo López Mateos, sucesor de Ruiz Cortines, Antonio Ortiz Mena, quien configuró un modelo de crecimiento a la medida de su época. Le llamó desarrollo estabilizador. Consistía en cerrar la economía a las importaciones para impulsar el mercado interno y a la empresa nacional. Lo que ya no se podía importar debía producirse adentro, promoviendo una industrialización. El modelo fue tan exitoso que la economía creció al 6.6% anual con tasas de inflación apenas superiores al 4%.
Pero este planteamiento tenía una segunda vertiente: el respeto presidencial al perfil técnico del Secretario de Hacienda. Fue tal el prestigio de Ortiz Mena que Gustavo Díaz Ordaz lo ratificó en el cargo. López Mateos y Díaz Ordaz, ambos animales políticos por excelencia, entendieron que las cosas de la economía debían quedarse en el ámbito de competencia de quienes sabían.
Pero en los setenta el modelo se había agotado. El mundo cambiaba, y lo hacía velozmente. Se sufrió, en 1973, una crisis mundial, caracterizada por el incremento de precios del petróleo, disparo de los niveles de inflación y el fin del patrón oro. Ante esta situación, se debía ajustar el modelo para reconvertir a la industria, adaptar la economía a las nuevas condiciones del mundo, inyectar competitividad sectorial, elevar los recursos fiscales y abrir parcialmente sectores de la economía para sustituir la falta de bienes de países altamente dependientes del petróleo.
Luis Echeverría hizo lo contrario: en lugar de flexibilizar el modelo, lo endureció. Korea, Singapur y en general los países asiáticos adoptaron medidas para exportar, lo que generó una rápida expansión de sus economías. México se cerró más. Se desató el gasto público con poco o nulo orden y se contrató deuda.
Hizo algo peor: en 1973 despidió a su Secretario de Hacienda, Hugo B. Margain y declaró solemnemente: “La economía se maneja en Los Pinos”. Margain había alertado una y otra vez al Presidente sobre los riesgos que conllevaba desbocar el gasto público. Pero el Presidente no era afecto a escuchar opiniones contrarias a la suya. Pronto, en la mente presidencial, las razones técnicas se convirtieron en sabotajes y, luego, en traiciones. Se nombró a un amigo, incondicional, abogado: José López Portillo. López Portillo llegó a Hacienda con dos proyectos: complacer al Presidente para, a partir de ahí, conseguir la nominación presidencial del PRI. Logró ambas, pero el país se fue a la bancarrota.
El déficit público se disparó, pasando del 1 al 10% del PIB; la deuda externa se quintuplicó, hasta llegar a 20 mil millones de dólares, la inflación que arrancó en 1970 en 4% se fue a 27% en 1976 y la moneda se devaluó 100%. En su último año, el ingreso per capita de los mexicanos cayó por primera vez en 40 años. El Presidente se confrontó con el gran empresariado y se vio precisado a cerrar los bancos al final de su sexenio.
Hoy, la crisis global evidencia que el modelo de crecimiento que se adoptó en el mundo por cerca de dos décadas está agotado. Los fundamentos mismos del llamado consenso de Washington están sobrepasados y las economías más exitosas se mueven hacia lo que se denomina capitalismo de estado.
Tras este desastre (y lo peor estaba por venir) la economía se desarticuló. Otra vez, en 1988, se privilegió el criterio técnico para manejar los fundamentos de la economía. A partir de la crisis de 1995 se crearon instituciones para blindar, precisamente, que la política contamine a la decisión económica entre otras la autonomía al Banco de México.
México se encuentra, justamente, en el momento de definir si emprende una gran reforma para ajustar el modelo económico a efecto de retomar el crecimiento con distribución o si, por el contrario, se aferra al actual modelo de estabilización con pobreza. Además, se abre la gran interrogante de si, en lugar de fortalecer las instituciones, se procede a su subyugación; de si, por encima de la experiencia, la formación y el prestigio prevalece la amistad, el afecto y la disciplina.
Aprender y emprender u olvidar y desandar. Esas son las opciones.