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LA DECADENCIA

31/05/2009

Los pueblos poseen ciclos históricos de auge, decadencia y caída. La composición de los mismos varía dependiendo de las condiciones diversas que interactúan en un momento y en un espacio determinados. En algunos casos, la decadencia y caída son insuperables. En otros, son paréntesis de su evolución.
La civilización Maya, una de las más luminosas de la historia humana, decayó y su caída fue para siempre. Se especula que hubo una serie de factores que confluyeron sobre su desaparición: a pesar de su indiscutible sabiduría, los mayas nunca lograron dar un uso productivo a la rueda. Por tanto, su producción agrícola se basaba básicamente en la quema, método que erosionaba la tierra y los obligaba a migrar con frecuencia. A ese factor, clave, se sumaron otros de carácter político y social.
Roma, el imperio más poderoso de la antigüedad, cayó debido fundamentalmente a la degradación de la vida pública, a la enorme concentración de poder y a la expansión excesiva de sus alcances. De su colapso en occidente, la evolución del pueblo italiano no volvería a conocer momentos de esplendor como aquellos.
Hubo otros pueblos, sin embargo, que sufrieron periodos de decadencia dilatados y que lograron sobreponerse. China y España son ejemplos de ello. El Imperio Chino, cuyos alcances registraron un dominio en toda Asia, se redujo hasta hacer que en un momento determinado, con Mao, el pueblo chino padeciera una de las peores hambrunas de las que se tenga registro. El Gran Salto Adelante, que incluyó una reforma agraria irracional, llevó a alrededor de 60 millones de personas a morir de hambre.
El imperio español, por su parte, se eclipsó por el peso de las tradiciones, su incapacidad de reformarse y la imposición de un modelo económico basado en la explotación de las colonias para financiar dispendios de la corte. Ambos pueblos, sin embargo, fueron capaces de superar sus quiebres, reinventar sus sistemas políticos y lanzarse en búsqueda de la prosperidad. Hoy son naciones que juegan un rol importante en el acontecer mundial.
México, por el contrario, está sumido en un periodo de decadencia. Es difícil reconocer los orígenes precisos de este proceso, pero es posible que se remonte a la incapacidad que tuvo el sistema político para reformarse. Los ciclos de las crisis económicas recurrentes fueron brutales para frenar el desarrollo pujante que se había registrado durante más de medio siglo.
México no fue capaz de resolver la contradicción que el sistema posrevolucionario engendraba entre estabilidad y prosperidad. Había ambas, pero en el ámbito político se trataba de una estabilidad autoritaria: cuando la sociedad exigió darle una dimensión democrática, el sistema no fue capaz de reformarse.
Fatalmente, las crisis de estabilidad y prosperidad coincidieron en 1994. Un año fatal. Representó la quiebra financiera, pero también moral, del país.
Con todo, lo que hoy padecemos es una crisis de un sistema que ha dado de sí y que sus conductores no quieren reconocerlo. La quiebra económica que vivimos se perfila como la peor de la historia moderna de México. En 1995, la economía colapsó y se contrajo 6%. Las predicciones oficiales hablan de una reducción similar este año, pero los analistas internacionales hablan ya de una caída de hasta 8%. Ninguna otra crisis tuvo esta magnitud.
Sus efectos serán devastadores. El Banco Mundial ha alertado sobre el riesgo inminente en que se registren estallidos sociales. Para el organismo, la crisis que comenzó siendo económica es hoy de empleo y, de no corregirse, será mañana social. En México, la caída libre de la economía ha arrojado ya al desempleo a 600 mil mexicanos: 221 mil sólo en abril. Las cifras de mayo auguran lo peor: ya el secretario de Turismo habló de 100 mil empleos perdidos en el turismo. ¿Qué alta para que el ejército de desempleados salga a las calles?
La válvula de escape tradicional de los desempleados, la migración, está cerrada. Les quedan los caminos de la informalidad o la delincuencia. Mientras tanto, la concentración de la riqueza continúa siendo ofensiva: 20 familias concentran el 15% de la riqueza nacional.
La otra dimensión de este proceso histórico es la quiebra moral de la República. La penetración del crimen organizado en las instituciones habla de la fragilidad del Estado Mexicano. El crimen se nutre por una impunidad alarmante, en donde sólo 1 de cada 100 detenidos termina purgando una condena. Cuando lo hacen, siguen operando desde la cárcel o, simplemente, se van, como ocurrió con el Chapo Guzmán o recientemente en Zacatecas.
La clase política del país ha demostrado, este año crítico, su pequeñez. La corrupción, el ansia de poder, los intereses de grupo, dominan la escena política. La judicialización de la política y la apuesta a la paralización es el reflejo mismo de que el país no tiene rumbo.
Estamos en un proceso de profunda decadencia. Falta preguntarnos si seremos capaces de sobreponernos o será el inicio de un quiebre mayor. Veremos

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