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AQUÍ YACE LA MITAD DEL PAÍS

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“Aquí yace una mitad de España. Murió la otra mitad”. La poesía, en realidad epitafio, de Miguel Hernández no tiene desperdicio. Habla de la tristeza de una nación partida, de la locura de un pueblo confrontado. España enemiga de España.
La polarización política es uno de los dramas peores de la política. Cuando un país deja de entenderse, se desgaja. Si una población es incapaz de crear un espacio de convivencia común, ¿Qué sigue? Una nación, no olvidarlo, no es más que un imaginario colectivo.
Apostar a la división del país en el afán de ganar una elección es el reflejo mismo de la irresponsabilidad. Lo es siempre, pero es doblemente peligroso, doblemente lamentable, cuando el fuego del rencor se atiza desde el poder.
Felipe Calderón y sus porros están apostando a eso. Saben hacerlo. Lo han implementado antes. Han ganado. En el 2006, los grupos de choque panista inflamaron al país hasta casi hacerlo estallar. Sembraron el miedo porque querían la Presidencia: la Presidencia como instrumento de poder; la Presidencia como botín; la Presidencia a cualquier costo.
En el año 1994 Manuel Camacho Solís, precandidato derrotado en los laberintos de poder priísta, deslizó una frase sibilina: “Quiero ser Presidente, pero no a cualquier precio”. El panismo calderonista demostró, doce años después, que, lecciones de Maquiavelo, no importan los medios, sino el fin: tomar por asalto el poder.
Las consecuencias fueron terribles y duraderas. Por poco el sueño se desvanece y el segundo Presidente panista es incapaz de tomar posesión. Aún hoy, sus operadores son incapaces de sentarse en la misma mesa con un tercio del Congreso.
La estrategia de Calderón habló de peligro, siendo peligrosa. Fue, además, triste y lamentable: el rencor llegó a los hogares, a las mesas, al seno de familias que se partían en la pasión desbordada de manera premeditada.
Hoy pretenden repetir la historia. El país en picada, todas las encuestas demuestran el rechazo electoral al partido blanquiazul. En lugar de gobernar, hay que golpear. En lugar de forzar resultados, mejor sepultar al adversario. Sembrar la calumnia, el miedo, el rencor.
La embestida contra el puntero se inserta en una cuidadosa estrategia de demolición apuntalada por una ofensiva mediática feroz. El baño de sangre del país, diez mil muertos en los escasos dos años y tres meses de gestión de Calderón intentan serles cargados a la cuenta del PRI. Se pasa por alto que los operadores de hoy fueron los de ayer: el procurador Medina Mora, Genaro García Luna, Daniel Francisco Cabeza de Vaca, fueron, como lo son hoy, los artífices de un desastre en materia de seguridad.
Fue Vicente Fox, junto con Medina Mora, quienes desmontaron el CISEN. Fue Vicente Fox el Presidente que no gobernó porque dejaba encargado el changarro en el que convirtió la Presidencia. Fue Santiago Creel el Secretario de Gobernación inútil para resolver el desbordamiento del hampa en el país.
La política, parafraseando a Clausewitz, es la guerra por otros medios. Es cierto. Pero, ¿puede el país soportar una confrontación así en plena crisis global? ¿Es legítimo incendiar los ánimos cuando cada día es más claro que no hay talento en el gobierno ni capacidad de conducción de los conflictos? ¿Es patriótico llamar a la discordia en aras de no perder una elección?
El riesgo es enorme. Las mediciones demuestran que los mexicanos desconfían cada vez más de su democracia, que prefieren estabilidad sin libertad a democracia con hambre. Apostar a la confrontación es llevar al país a los bordes del abismo.
Calderón y sus porros pretenden aplicar la táctica del miedo que utilizaron contra Andrés Manuel López Obrador. Hay, sin embargo, una diferencia fundamental: el PRI es una estructura política mucho más poderosa, desarrollada, hábil que la que tenía López Obrador en 2006. El PRI cuenta con 19 Gobernadores en todo el país, gobierna 1,063 Municipios, posee 338 Diputados Locales, 106 Diputados Federales y 33 Senadores. Se trata de la mayor estructura de poder del país. Apostar a su destrucción es, simplemente, una insensatez. Es, además, alentar un riesgo mayúsculo de inestabilidad, de estallido.
Resta, por supuesto, la sensación de que Calderón es un hombre empequeñecido por la responsabilidad del cargo. Con la economía devastada (más de 600 mil empleos perdidos), lo social desgarrado (la crisis enviará a la miseria, este año, al menos a siete millones de mexicanos) y lo político deshilvanado, el Presidente está atrapado en su propia trampa: el tema de seguridad.
La política del rencor recuerda al fascismo y a lo más lamentable de las derechas retrógradas del mundo. Huele a fundamentalismo y a ambición desbordada.
La elección importa, por supuesto, pero más importa el país. Preservar su capacidad de maniobra como Presidente es relevante, claro, pero más lo es México.
Calderón está apostando al incendio del país a costa de ganar el cinco de julio, pasando por alto, miope político, que lo que más importa está en el día seis.
Aún si gana en este tour de force con el PRI, ¿con quién va a gobernar el día seis? Imposibilitado de pactar acuerdos con el PRD, con Convergencia ni con el PT, hacer a un lado al PRI a fuerza de ataques es condenar su Presidencia a la mediocridad y al país al inmovilismo. El mapa estratégico de Los Pinos es estrecho: gobernar con Elba Esther Gordillo, con las televisoras, la iglesia y una parte del gran empresariado.
De tener mayor patriotismo, el Presidente debería convocar hoy a un gran acuerdo nacional y no a la discordia; llamar a la construcción y no emprender la destrucción de lo que queda de México.
El Presidente debe tener cuidado porque la vida, a menudo, nos juega sucio y nos cumple nuestros sueños. El Presidente Calderón puede ganar la elección, a costa de perder el país

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