Fernando Vazquez

08/08/2010

La izquierda mexicana está enfrentando una coyuntura histórica: o resuelve sus contradicciones internas y llega fortalecida al 2012, o se pulverizará y se convertirá en una fuerza marginal.

Las condiciones económicas, políticas y sociales que enfrenta el país son un caldo de cultivo para que surja una candidatura vigorosa, de renovación nacional, desde el flanco izquierdo del espectro político. La izquierda posee liderazgos nacionales de importancia. Ha encontrado la fórmula para disminuir la velocidad del avance del PRI. Posee argumentos válidos de racionalización económica. Propone la vigorización del estado, hoy en bancarrota de eficiencia y credibilidad.

Pero la izquierda también enfrenta el germen de la traición y del exceso ideológico. El horizonte de la traición se abre desde la dirigencia misma del PRD. El bando dialoguista se desfiguró hasta convertirse en un aval de todo lo que se le ocurra al Ejecutivo. En el otro extremo, se encuentra la radicalización ideológica, en donde los cuadros más duros no han encontrado la fórmula para convertirse en una oposición útil al país, invertir su capital político y hacerlo crecer. En su fundamentalismo, la izquierda radical ha hecho que los ciudadanos moderados le teman. En su pragmatismo sin consistencia, el ala dialoguista ha alejado a los independientes que añoran una política de principios. Ambos han hecho de la izquierda la propuesta más rechazada.

En medio de estas corrientes, se nutre el canibalismo que amenaza con descarrilar para siempre la posibilidad de recuperar la competitividad electoral.

Adicionalmente, la izquierda enfrenta un dilema mayúsculo: el de sus liderazgos. Andrés Manuel López Obrador es el líder social más importante del país. Posee una base política propia, por afuera de los partidos. Marcelo Ebrard es, de los precandidatos presidenciales, junto con Manlio Fabio Beltrones, el político más preparado para ser un buen Presidente. Pero ambos tienen un grave problema. La base política de López Obrador no le alcanza para ganar. Sus excesos le han alejado del centro político. El PRD se le ha escapado. Su piso se convierte en arenas movedizas. El zócalo no vota. Ebrard, por su parte, podrá ser el mejor Presidente, pero no es un buen candidato.

En estas circunstancias, la izquierda debe reconocer que no tiene posibilidad de ganar con el capital político que aún le queda. Posee pilares necesarios, no suficientes, para crecer en el ámbito electoral.

Por lo mismo, requiere recuperar tres aspectos centrales de la izquierda más progresista: generosidad, estrategia y lucidez. La generosidad implica la declinación de las aspiraciones de sus principales cuadros para apuntalar un motor adicional de crecimiento. Incluye reconocer que, si la izquierda se fractura, si los tres partidos no llegan unidos, todo pensamiento de llegar a los Pinos es una ilusión. La estrategia pasa por el análisis objetivo de los números. No hay posibilidad de victoria sin moderación y sin conectar con las necesidades del México empresarial que se asienta en el norte y el México tradicional que se asienta en el Bajío.

Por último, la lucidez demandaría buscar generar una gran alianza con la sociedad independiente. Un candidato externo puede despertar la cohesión con la sociedad civil que ningún partido tiene. Esto es cierto en el ámbito nacional pero también en el regional y en el municipal. Llegó la hora de decidir.

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