Fernando Vazquez

28/02/2010

La otra generación del no ha salido a pedirnos que digamos no a la generación del no. No es una cantinflada. En diarios de circulación nacional, se publicó esta semana un exhorto al Congreso de intelectuales y políticos, para aprobar la Reforma Política de Felipe Calderón.

Pocos pueden estar en contra de esta generalización, no de sus detalles. Nadie duda de que la clase política mexicana está dilapidando nuestro recurso más valioso: el tiempo. Mientras que el INEGI revela que en enero se esfumaron 500 mil empleos, todos los partidos tienen puesta su atención en las alianzas electorales. Mientras que México sigue muriendo de una hemorragia de talentos que emigran, se discute con fervor la valía de coaligarse para ganar tal o cual elección.

Hay que analizar a detalle la propuesta de Reforma Política del Presidente, pero también la del PRI y la del PRD. En fin: no hay discusión sobre la urgencia de acuerdos y lo impostergable de construir nuevas bases para el desarrollo del país. Ese no es el punto. No se puede estar contra la propuesta, pero sí se puede cuestionar la legitimidad de muchos de sus autores para presentarla.

La actual parálisis nacional es la consecuencia de una serie interminable de errores, de irresponsabilidades, de postergaciones. Muchos de los firmantes del exhorto fueron, precisamente, responsables del estado crítico de la nación. Son, además, en la definición clásica de Ortega Y Gasset sobre generaciones, parte de la generación que hoy controla el Congreso y dice no a los cambios.

Entre los firmantes hay pocas luces, muchas sombras.

La defensa del no es inútil. Pero lo es mucho más si los fiscales fueron los arquitectos, ideólogos, implementadores o administradores de la negativa de desarrollo que ya toma cuatro décadas, no trece años.
Los que firman exigen hoy lo que no hicieron ayer. Promotores del naufragio, hoy son los teóricos de por qué sucedió y del cómo no volver a cometer los errores que ellos, antes, cometieron. A quienes no toman esas medidas precautorias, les etiquetan de forma precisa: “Generación del no”.

No hay mea culpa. Hay dedo flamígero. Por eso el llamado mueve a duda y a estupor.

Hoy dicen no, valientes y lucidos. Ayer dijeron a todo sí, incluso a aquello que nos hundía.

Firman: Aguilar Camín, de la intelectualidad sin precio. Jaime Serra, autor de la filtración a grandes empresarios de la inminente devaluación, hecho que derivó en el error de diciembre. Pedro Aspe, del mito genial. Jorge Castañeda, arquitecto del “comes y te vas” y del peor aislamiento internacional de México de su historia moderna. Lorenzo Servitje, cuyo juego preferido es el “Monopolio”. López Dóriga, comunicador sin mácula y articulador de la más profunda revolución informativa de México. Luis Téllez, el de la probidad y el lenguaje elevado. Guillermo Ortiz, el creador del Fobaproa. Carlos Tello, vocero del CISEN. Ernesto Zedillo, el Presidente de Aguas Blancas, Chenaló, Acteal y las muertas de Juárez.

El desplegado es incompleto: faltan Carlos y Raúl Salinas. Faltan Vicente Fox, Roberto Madrazo, Andrés Manuel López Obrador, Elba Esther Gordillo o Norberto Rivera.

Entonces sí que estaríamos completos.

México no será México hasta que no logremos deshacernos de los falsos profetas. Sí: hay que decir no a la parálisis y necesitamos proyectos. No necesitamos, sin embargo, la iluminación de los oscuros. El proyecto es nuestro. El tiempo también. Hay una voz valerosa: la nuestra. Nosotros sí que podemos exigir destrabar el no. México nos pertenece. Lo sabremos cuando comencemos a escuchar la voz estridente, honrada, decente, de la mayoría silenciosa

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