Fernando Vazquez

01/07/2013

El Pacto por México es el instrumento más novedoso, creativo y productivo que ha tenido la política mexicana en muchos años.

En 1994 hubo un acuerdo tácito para frenar la represión en Chiapas ante la irrupción del EZLN en la vida nacional. Los acuerdos de Barcelona de 1996 estuvieron encaminados a la reconfiguración del sistema electoral que, al final, abrió las puertas a la alternancia mexicana.

Carlos Salinas logró sacar reformas importantes mediante un acuerdo funcional con el PAN.

Pero el Pacto por México es un documento, que está suscrito por la mayoría de las fuerzas políticas, que es público, y que tiene una agenda y objetivos determinados. Es fruto de una negociación de amplio espectro. Es incluyente, pues incorporó a parte de la izquierda. Es un acuerdo para obtener reformas impensables en doce años.

Sus resultados han cambiado, en principio, la percepción de México en el mundo y dentro del país.

Se respira un ánimo de optimismo y de transformación.

La percepción, por supuesto, no es realidad. Pero el pacto es más que un ánimo. Sus resultados no son menores. Hay una reforma educativa, una nueva ley de amparo, una reforma en materia de telecomunicaciones y en ciernes una reforma financiera. Habrá un periodo de sesiones para destrabar temas urgentes: la Comisión Anticorrupción, la autonomía plena del IFAI, la aprobación de un código Penal Único, el control de las deudas estatales y municipales y el nombramiento del nuevo consejero del IFE.

Pero el pacto enfrenta su gran desafío: cómo sobrevivir. La vigencia del pacto corre en dos momentos.

Primero: A este impulso reformista se le opone la inercia de la coyuntura. Y la coyuntura, en política, si atrapa, mata. Hay 14 elecciones locales que concluirán el próximo domingo. De su resultado dependerá si el pacto sigue o no. El éxito del país no le ha caído bien a los sectores duros de las oposiciones, que quieren reventar el pacto para lucrar con su capital político. Los resultados electorales fortalecerán, o herirán, a los dirigentes nacionales del PRD y del PAN. Si  Zambrano y Madero obtienen buenos resultados, el Pacto cobrará nuevo ímpetu. Si no, estará moribundo.

El segundo momento es menos coyuntural y más de fondo. Vienen las dos reformas de reformas. La hacendaria (que así debería ser y no sólo fiscal) y la energética. Ambas tocarán puntos torales de las posiciones ideológicas de todos los partidos, el PRI incluido.

El IVA en alimentos y medicinas y PEMEX son dos temas tabú en México. Romperlos es (casi) un sacrilegio. Las realidades objetivas son dos: México recauda poco y la industria petrolera desfallece. En eso hay un consenso. El problema es encontrar las coincidencias en las soluciones, no en el diagnóstico. Y ahí es donde el Pacto puede reventar.

En esas dos reformas, no hay un enemigo público visible y claro, como sí lo había en la reforma educativa (Elba Esther Gordillo) y en la de telecomunicaciones (monopolios).

La academia mexicana se ha volcado en elogios por el Pacto de la Moncloa, la transición chilena o los acuerdos de Johannesburgo. El dialoguismo, sabemos, da frutos. El Pacto ha demostrado que sí es posible reformar en democracia. Que sí puede haber gobernabilidad democrática. Que puede haber un sistema presidencial que de orden al país sin ser regresivo. Por eso hay que defender al pacto.

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