Fernando Vazquez Rigada

Fernando Vázquez Rigada.

 

La crisis del coronavirus lo cambiará todo.

 

Se avizoran dos hechos inmediatos: la autodenominada cuarta transformación no lo sobrevivirá. No es claro si México, como país, como lo conocemos, podrá hacerlo.

 

El proyecto de país de López Obrador naufragará estrepitosamente por causas estructurales.

 

La infección contagió lo único que lo mantenía en pie: la credibilidad del presidente y los programas sociales.

 

El Presidente aparece cada vez más desconectado de la realidad, más aislado, más locuaz, con nulo olfato.

 

Despreció su brote. Se burló. Pidió no exagerar. Abrazarse. Se escudó en estampitas. Besó niños. Pidió a las familias salir a restaurantes un día antes de que la OMS declarara la fase 2 en el país. No suspendió sus giras y, peor, aprovechó una para arreglar un encuentro con la madre del Chapo Guzmán. Arremetió contra sus adversarios. Anticipó que no daría ayuda fiscal a empresas. Finalmente, agradeció al destino por mandar esta plaga al país:  le viene como anillo al dedo dijo, pues le permite consolidar su proyecto de poder.

 

Consolidación que, se entiende, es más importante que todo. Que debe afianzarse así sea al costo de miles de enfermos y muertos.

 

López Obrador debió tomar una decisión idéntica a los líderes del mundo. Salvar vidas o la economía. Terrible conflicto moral. López Obrador no hizo ni una cosa ni la otra. Las consecuencias, terribles, se empiezan a sentir.

 

La segunda causa de la muerte del proyecto de López Obrador será la bancarrota. Una lectura cuidadosa de las encuestas revelaba desde hace meses que su aprobación se basaba en su persona -hoy terriblemente abollada- y la repartición de dinero. Eso, simplemente, no será sostenible porque no habrá dinero. No hay cómo seguir financiando dádivas con un país quebrado ni habrá dinero que alcance para paliar lo que vendrá con sólo regalar dinero.

 

Hay causas estructurales que precipitan el derrumbe. El gabinete es mediocre o medroso. Los abundantes mediocres callan por ineptitud. Los talentosos, por cobardes. La indignidad es el sello de este lamentable grupo de funcionarios.

 

Como consecuencia, la pandemia fue manejada terriblemente. Hubo un subejercicio el año pasado de 11, 367 millones de pesos en medicinas y equipo. Enero se perdió en el afán de apropiarse de todo el sistema de salud del país a través del INSABI en lugar de convocar a una política de estado para enfrentar la pandemia. No se activaron las licitaciones de emergencia. Hasta un mes después se convocó al máximo órgano constitucional, el Consejo de Salubridad, para tomar medidas. El control de la crisis se le dejó a un subsecretario narcisista. El gobierno se negó -hasta la fecha- a realizar pruebas, apostando a que la mayoría de los infectados son asintomáticos. Lo son: pero contagian. La orden de distanciamiento social llegó casi 90 días después de iniciada la crisis. El decreto respectivo tardó cuatro días en salir. Hasta el día 1 de abril salieron a comprar ventiladores.

 

No olvidarlo: el COVID-19 no es un terremoto, que llega sin anunciarse. Es un huracán, que se aproxima lentamente.

 

Perdieron 100 días. Cien.

 

A las causas estructurales del derrumbe se agregan la carencia de partido, destrozado por pugnas internas. Bancadas de bajo nivel aunque numéricamente poderosas. Y gobernadores de Morena francamente lamentables.

 

Lo verdaderamente grave no es que esta crisis arrase a Morena y su megalomanía.

 

Es que puede arrasar al país.

 

Vendrá lo peor de la crisis de salud. Sin pruebas, el golpe repentino a un sistema hospitalario desmantelado puede ser brutal.

 

La gravedad de la crisis económica no puede describirse. Bank of America prevé una contracción económica de -8%. Los ajustes a la baja seguirán. Muchos analistas consideran que terminará en dos dígitos. Ya con -8% sería la peor crisis de la historia del país. El crack del 95 fue de -6.3%. Se estima una pérdida de 1.8 millones de puestos formales. Pero toda vez que el 60% de los empleos son informales, el shock social será brutal.

 

Bajo estas dos crisis se acumula la presión de la violencia que sigue ahí. Con todo y cuarentenas y distanciamiento social, marzo del 2020 fue el más violento de la historia: 2,585 asesinatos.

 

Como no hay talento, ni profesionalismo ni capacidad para gestionar una crisis de esta magnitud, corremos el riesgo, real, latente, de un estallido social.

 

Cuando confluyan todas las crisis, cuando no haya posibilidad de atender a los enfermos, cuando el hambre agobie a millones, cuando el crimen exprima más a los hogares, la desesperación nos puede arrojar a un pantano de saqueos, asaltos, ingobernabilidad.

 

Por eso no sabemos si el costo del derrumbe de López Obrador implicará también el derrumbe de México.

 

Francisco Bulnes definió al porfiriato como el caos congelado.

 

Eso han sido estos largos, larguísimos 15 meses de desgobierno.

 

Cuidado. El caos está por descongelarse.

 

@fvazquezrig

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