Fernando Vazquez Rigada

Fernando Vázquez Rigada.

 

En la parte medular de “La casa de los espíritus” obra imprescindible de Isabel Allende, un hacendado llora su arrepentimiento tras haber apoyado el golpe de Estado de Pinochet. Su hija, lo que más amaba, ha sido engullida por la barbarie de la represión.

-¿Qué hemos hecho?- se pregunta.

Los pueblos se equivocan. El odio. El afán de castigo. La rabia que la impunidad provoca. La ira por la locura del despojo. Todo eso lleva a votar de manera irracional. A votar no por la justicia: por el justiciero. A elegir por la venganza mañana aunque el precio sea perder la libertad propia pasado.

La historia, circular como sentencia de Heródoto, se repite una y otra vez, para quien no quiera aprenderla.

Pero la historia que no se aprende, aprehende.

Hitler llega al poder tras la quiebra económica, moral y militar de Alemania. No es un golpista. Es algo peor: un tirano que se desnuda como tal y que pide los votos democráticos para desmantelar la democracia. Llega al poder por los sufragios. Adquiere poderes totales por el voto de un congreso que se disuelve a sí mismo. El peso terrible de su ceguera lo seguirá arrastrando hasta hoy el pueblo alemán: su nombre enlodado por la era más oscura de la humanidad.

De África a Nicaragua, a Ecuador, a Bolivia, los demotiranos llegan al poder por la fuerza de los votos para no irse más. Para saquear. Para aplastar. Para abolir la constitución bajo la cual fueron electos.

Tienen una característica común: ganan por la fuerza de los votos. Llegan al poder por mayoría, pero la usan para pervertir a la democracia. Que la gente me vote para que su voto no valga nada, salvo mi legitimación: ese es su mantra.

Chávez aprovecha la indignación de la sociedad venezolana para llegar una vez al poder. La demagogia ha convidado al olvido. Le perdonan su pasado golpista. Pero la esencia sigue ahí. Cruzar la vía del ejército a un partido no expía sus pecados: los oculta. Chávez sigue siendo el mismo. Expropia empresas. Cierra medios de comunicación. Persigue opositores. Lleva a la quiebra al estado. Se reelige una y otra vez, hasta su muerte. Antes de irse, decide no irse. Decreta que su chófer sea su heredero.

Eso solo puede pasar en el realismo mágico subdesarrollado, piensan desde su atalaya los demócratas “civilizados”. Pero no. Ahí está Putin. Ahí Le Pen.

Ahí está Trump. Soberbio e ignorante. Gelatinoso. Ha dicho que hay que asesinar a las familias de los terroristas. Que se vale torturar. Que hay que erigir un muro en el sur. Ayer retwitteó a Mussolini. Que puede decir o hacer lo que le plazca: hasta matar a una persona en la Quinta Avenida. Todo, dice, le perdonarán. Y quizá tenga razón. Todo le han perdonado. Solo queda mañana, el supermartes, para frenarlo. No lo harán. No hasta que uno o varios de los punteros declinen en favor de un solo precandidato.

Mientras tanto, está ocurriendo lo que nadie pensó posible. Trump araña la candidatura republicana. Carga su frivolidad, su vacío, su riqueza y su incultura a cuestas. Pero están votando por él.

Es una pena. La mayor democracia del mundo está a punto de parir a un hombre que la desprecia pero que juega el juego con tal de que nadie lo vuelva a jugar jamás.

Son reflexiones que no debemos pasar por alto.

 

 

@fvazquezrig

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