Fernando Vazquez Rigada

Por Fernando Vázquez Rigada

 

El mal de la globalización tiene un nombre preciso: affluenza.

Igual que la era industrial descarnada y el fin de los imperios trajo su sintomatología, descrita por Sartre bajo el nombre de náusea, el vértigo de la globalidad comienza a esparcir su propia infección: un nuevo tipo de ser humano: vacío, superficial, arrogante.

Es la enfermedad, dicen, de los niños ricos. «Mirreyes» les ha llamado Ricardo Raphael. Son el espejo mismo de la malcrianza. La soberbia. El exceso. El egoísmo que no tiene mirada más que para el espejo.

El signo mismo de la vida es uno: el dinero. Su acumulación, pero también, su ostentación. El dinero como fe. El dinero como droga. El dinero como fin y no como medio para lograr objetivos superiores.

El término sociológico, affluenza, deriva de la fusión de dos palabras: influenza y afluencia. Describe una adicción que ya Gabriel García Marquez había advertido en esta sociedad: la adicción al dinero fácil.

Como la influenza, el síndrome se contagia. Como la afluencia, corroe el alma de las personas que solo buscan acumulación: una que no termina nunca, frustra, socava eso que deberíamos conocer como humanidad.

Bajo la avaricia desmedida, se erosionan los valores que nos hacen humanos: la compasión, la solidaridad, la lealtad, la gratitud.

Estamos creando una sociedad de jóvenes vacíos y superfluos que, mañana, crearán un mundo reinado por el egoísmo y la exclusión.

Son, con todo, víctimas. La consecuencia de padres que se han desentendido o les han enseñado que el éxito es la riqueza, que el prestigio proviene no de lo que eres, sino de lo que tienes. Que el que transa, avanza. Que hay millones, diría Fernando Vallejo, que son pobres por honrados.

La afluenzza no es una enfermedad de México. Es del mundo. De un mundo que, sí, aprendió como nunca antes a generar riqueza pero no a repartirla; que encendió la máquina de la creación de bienes materiales pero no de bienes morales, que sustituyó los valores comunitarios por los de la personalización y la solidaridad por el consumo.

El mundo se parte en dos. Los que tienen mucho y los que no tienen nada.

Aún dentro de los que tienen mucho, sin embargo, la desigualdad es atroz y por eso la afluenzza termina por conducir a la frustación, al vacío y a la depresión. Gran paradoja, la desigualdad entre los ricos se convierte en un castigo de Sísifo que no termina nunca: no lograrás jamás tener suficiente.

El 10% más rico del mundo acumula el 85% de la riqueza. Pero de ella, el 1% más rico, se queda con 45%. Ese uno por ciento lo conforman los ultra ricos: 85 personas cuya fortuna es equivalente a 110 billones de dólares, algo así como cien veces la riqueza total de México o unas 8 veces la riqueza total de Estados Unidos. Esas 85 personas poseen una riqueza equivalente a la de los 3 mil millones de personas más pobres del mundo.

No hay conexión alguna entre esos dos mundos. No la hay ni en términos humanos, ni materiales ni éticos. Nos estamos acostumbrando a dejar de ver al otro. La pobreza deja de serlo cuando no la vemos. En el ámbito urbano, las grandes ciudades se pueblan por enormes muros que dividen el despilfarro hiriente de la carencia lastimosa. No son bardas: son cicatrices.

Los jóvenes de la afluenzza son los jóvenes que hemos creado y que mañana nos gobernarán.

Ya el presente atisba el horror del porvenir: una clase gobernante que no llega a los cargos sólo para tener poder, sino para enriquecerse. Que se enriquecen para que se vea. Una clase empresarial que facilita el juego de la corrupción. Una sociedad que se deslumbra por el brillo del oro y que, por hacerlo, está formando una nueva clase de mestizaje entre la riqueza legal y la ilegal, que estira los conceptos de moralidad hasta diluirla.

Contra esto, solo queda la resistencia. La refundación del ejemplo. De la escuela y la cultura. De la comunidad. Del rescate de la conversación y la empatía. Del contacto que termina en abrazo. De reencontrar el camino a la espiritualidad.

El futuro será de los que lo compren o bien, de los que estén dispuestos a oponerse con todas sus fuerzas al reino del vacío.

Usted decida.

@fvazquezrig

febrero 2, 2016

EL HORROR DEL PORVENIR

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