POR FERNANDO VÁZQUEZ RIGADA
Con cada niño que se va, emigra una esperanza. Un futuro. Una promesa de un mejor porvenir. Con cada niño que, resuelto, se echa su destino al hombro y emprende rumbo al norte, se va una dignidad. Y se va para no volver.
Se van solos porque han perdido a todos. Todo. Nada los ata al suelo que pisan.
Perder a los niños es perder el mañana.
El fenómeno del éxodo de niños hacia Estados Unidos no es una crisis política: es un fracaso moral. Una tragedia profundamente humana, vergonzosa. Injusta.
La hemorragia de talento, de posibilidades, drena a nuestros países. El año pasado la patrulla fronteriza de Estados Unidos calcula que cruzaron solos la frontera 24 mil niños. Este año será casi el triple. La cifra crece años con año.
Las cifras son escalofriantes. El Salvador, Guatemala y Honduras han expulsado de su territorio a 34,611 niños. México, a 11,577.
Fuente: Revista Time
Estas son las cifras de niños que han ingresado, o intentado hacerlo, a Estados Unidos. No obstante, según la ONU, las solicitudes de asilo en Nicaragua, México y Belice han crecido siete veces.
Los niños no se van: son forzados a irse. Por la soledad. Por el hambre. Por una violencia doble: la criminal y la económica.
Honduras tiene la tasa de homicidios por cada cien mil habitantes más alta del mundo. En México, está se duplicó durante el calderonato . La cifra de homicidios pasa por alto el drama humano: cada ejecutado tiene una madre, una esposa. Posiblemente hijos.
Al lado, está la violencia económica. En México, la desigualdad creció el año pasado, según la OCDE. Hay más riqueza, pero no distribuida. La brecha de la desigualdad se ensancha hasta volverse una ofensa. El producto interno per cápita de El Salvador, Honduras y Guatemala promedia apenas 6,031 dólares anuales. 502 dólares al mes. 16 dólares diarios. Subrayo que es un promedio.
La migración de niños se ha disparado, además como un efecto colateral de las políticas internas de Estados Unidos. La creciente militarización de la frontera ha roto la circulación de personas. Muchos trabajadores migraban para trabajar por temporadas, para volver a sus hogares meses después. Hoy, la cuasi militarización de la frontera manda un incentivo inverso: vale la pena quedarse en Estados Unidos ante la imposibilidad de volver a entrar. De continuar el ritmo de deportaciones, la administración Obama habrá deportado a su término a 2 millones de seres humanos.
Segundo, el mensaje del propio Obama de que se regularizaría la situación migratoria de los niños de la soledad en Estados Unidos inyectó energía a la esperanza de irse.
Aún así, el peso terrible de la responsabilidad moral es nuestra. Se va quien no encuentra futuro. Quien ve sus puertas cerradas. Quien pierde el rostro y se le adhiere en su lugar una etiqueta: desempleado, nini, daño colateral.
¿Cómo se llama a una sociedad que mira impasible cómo sus niños se van?
No lo sé. Creo que deja llamarse sociedad.