01/09/2005
El dinero es importante para la política porque la nutre. Es imposible imaginar el funcionamiento de un sistema político sin dinero. Pero el dinero también es un poder. Como tal, posee sus propios intereses, agenda, medios y objetivos.
Alvin Toffler reflexionó en su libro «Cambio de Poder» que el poder se sustentaba en un trípode: la violencia, el dinero y el conocimiento. La fuerza deriva poder: se puede amedrentar, lesionar e, incluso, suprimir a los adversarios. Fue Talleyrand, sin embargo, quien definió con mayor precisión las limitaciones de la violencia como fuente de poder: «Las bayonetas -advirtió a Napoleón- sirven para muchas cosas, menos para sentarse en ellas».
El poder de la violencia es finito. El conocimiento es la fuente más perdurable y expansiva de generación de poder. El dinero, por su parte, es útil porque facilita el acceso de recursos para generar poder. Existen pocas cosas que no tienen precio y todo lo que tiene precio, se sabe, se puede comprar.
Un viejo adagio político rezaba que no había nada más barato que lo que compraba el dinero. Es cierto, pero ¿Puede el dinero comprar a la política? ¿Es posible que el dinero termine finalmente engullendo al poder político?
En una sonada reunión en Washington, a finales de los ochenta, un grupo de líderes mundiales acordó un recetario para reformar al mundo. Se trató de una especie de biblia neoliberal, que proporcionó los fundamentos teóricos y de poder para reconstruir los estados nacionales, insertarlos en un nuevo sistema mundial -la globalización- y generar una nueva era de intercambio económico.
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