Fernando Vazquez

29/10/2012

La más importante prioridad económica, social y política de México es emprender una genuina reforma educativa. Si la economía se mueve por el conocimiento y nuestros niños están recibiendo una educación de mala calidad, sabremos entonces cual será el futuro del país.

Para decirlo sin paliativos: el actual sistema educativo mexicano nos está condenando al subdesarrollo y a la miseria.

La educación no ha sido nunca una prioridad técnica de los gobiernos de la alternancia. Ha sido, más bien, una pieza de cambio política. Por eso se solapan, una y otra vez, los excesos, la insolencia y la corrupción de los dirigentes del SNTE. El más reciente ejemplo es la patética maniobra para retrasar la publicación de resultados de la evaluación de maestros hasta un día después de que fuera reelecta Elba Esther Gordillo por seis años más.

Los resultados desnudan nuestra mediocridad. Primero, se debe recordar que siete de cada diez aspirantes a maestros reprobaron los exámenes para obtener una plaza. Los que se sometieron posteriormente a una evaluación voluntaria, 52% del total de primaria, obtuvieron una calificación promedio de 5.8: reprobados. Los sofismas impuestos por el sindicato hacen imposible identificar las debilidades. Solo sabemos que casi el 40% de los maestros deberán tener atención inmediata y los otros en el corto plazo: lamentable. Todo esto sucede sin consecuencias para estos docentes porque así lo pactó la SEP con Elba Esther Gordillo.

En todos los casos, se trata de maestros que ya están frente a grupo. Es decir: imparten su ignorancia. Eso explica los lamentables resultados de la prueba PISA en la que los jóvenes mexicanos no entienden lo que leen, no saben resolver problemas matemáticos elementales y no poseen conocimientos de ciencias.

Mientras tanto, se posponen las decisiones que deben dar seriedad, profundidad, calidad e innovación al sistema educativo mexicano. Hay un muro que lo impide: el sindicato de maestros. Su centinela tiene nombre y apellido: Elba Esther Gordillo. Por ello, el sistema educativo mexicano está tan enfermo que Felipe Calderón nombró para atenderlo a…un buen doctor.

La mala calidad educativa se da justo cuando los niveles de inversión alcanzan promedios internacionales. Los maestros reprueban, nuestros hijos también. Lo hacen en un modelo educativo que muere; que instruyó para inicios del siglo XX, mal instruyó para la economía del conocimiento, y será totalmente inoperante para el mundo que emerge.

El nuevo modelo tendría que basarse no en sistemas verticales de enseñanza sino en laterales; trascender la memorización por la reflexión y el macheteo por la investigación; dejar de lado el individualismo para generar una cultura de trabajo en redes cooperativas, de enseñanza, de innovación y de colaboración.

Tendríamos que incentivar modelos escolares de excelencia para los mejores, cerrar y prohibir las escuelas y universidades patito (públicas y privadas) que son un fraude a la confianza y al esfuerzo de los mexicanos. Tendríamos que abrir nuestra educación al mundo y promover el tránsito libre de conocimiento así como reformar el sistema nacional de investigación y desarrollo tecnológico.

Tendríamos que hacer mucho y tendríamos que hacerlo pronto. Hasta hoy, no ha habido voluntad, ni valor, ni patriotismo para emprenderlo.

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