28/11/2011
Con el registro de Enrique Peña Nieto como precandidato único a la presidencia por PRI se cierra para ese partido la última etapa previa al asalto formal a los Pinos.
El PRI llega en una solida posición a las elecciones. Su ascenso electoral, en estados gobernados, ha sido sumamente importante. En el año 2006 gobernaba 17 estados de la República. Hoy se ha incrementado a 20. Además, ganó de manera contundente las elecciones intermedias, que le otorgaron el control de la Cámara Baja. A través del control de más de la mayoría de los congresos locales, el PRI posee un candado adicional para el control de reformas constitucionales.
Igualmente importante: el PRI ha logrado hasta el momento superar las diferencias internas. El registro de Peña Nieto se logra sin fracturar. La división es el veneno que mata al PRI. A nivel nacional, el desastre del 2006 se debió a que Roberto Madrazo tenía una obsesión: quería ser candidato a la presidencia. Quería serlo a cualquier precio. Y lo fue. Se enfrentó al poderoso grupo de gobernadores del norte que al final le entregaron su amor al PAN.
Las peores derrotas estatales del PRI en el pasado reciente se dieron bajo el peso de las coaliciones, sí, pero que postulaban a ex priistas. Mario López, Rafael Moreno Valle y Gabino Cué salieron del PRI para enfrentársele.
A pesar de que muchos analistas ven un conflicto posible con Manlio Fabio Beltrones, lo cierto es que éste se sumará a la campaña y obtendrá las mayores utilidades que su capital político le dé. Beltrones posee prestigio, inteligencia, influencia ante el gobierno pero no posee estructura propia, salvo en Sonora, carece de una base de recursos y de un movimiento genuinamente nacional. Su ruptura no le traería nada sustantivo. Gana más quedándose que yéndose.
Por último, el PRI posee un candidato magnífico. Enrique Peña Nieto ha logrado penetrar en las simpatías del electorado. La última encuesta publicada, de El Universal, le da 20 puntos sobre Josefina Vázquez Mota y 29 sobre Andrés Manuel López Obrador. Para Peña, su ventaja primordial y su mayor obstáculo son, al mismo tiempo y paradójicamente, su popularidad. Su nivel de conocimiento y opiniones positivas lo llevan a darle 6 puntos adicionales a la intención de voto del PRI, que se ubica en 38%. El problema es que el candidato ya rebasó el 90% de conocimiento. No tiene, pues, ventanas de mayor crecimiento.
La candidatura de Peña puede crecer de un 20% del electorado que aún no decide su sufragio y del voto blando que se desprenda de sus adversarios. Ellos, por el contrario, no poseen en este momento franjas independientes para cerrar la contienda. Tendrán que ir por los simpatizantes de Peña, y tendrán que ir sólo contra él. En el 2012, con los números como están, o la contienda se convierte en una de dos, o no habrá posibilidades de doblar al PRI.
Para el tricolor, falta resolver la dimensión local: mantener la unidad al pasar la coladera de las candidaturas a las diputaciones y el senado. Ahí puede haber desprendimientos y, peor, puede haber desencuentros con los gobernadores.
Con todo, hasta hoy, las cosas le han salido bien al viejo partido de la revolución. Su agenda económica, sus propuestas políticas, van delineando una serie de herramientas atractivas para el electorado. Con todo, su problema es otro. Es de credibilidad.
Persisten sus dualidades. Cada propuesta de modernización priísta es cuestionada por un acto de la prehistoria. Cada compromiso por la transparencia se pone en duda por un hecho de opacidad. El discurso económico de responsabilidad nacional se tambalea por las irresponsabilidades locales. Las reformas de gran calado del Senado priísta se entierran por los diputados del tricolor. La oferta de modernización política se oscurece por la demanda de libertad a sus gobernantes.
¿Cuál PRI es el verdadero? ¿Cuál el que llegará a los Pinos? ¿Cuál aspira a gobernarnos? ¿La corriente que piensa, ve hacia afuera y propone? ¿La que ve por el retrovisor, lee el pasado y tiene vínculos con la peor cultura política de México? ¿O ambas? No lo sabemos. Y esa incertidumbre, esa, es la que mata.