13/06/2011
La República se aproxima a la renovación de sus poderes públicos en un estado de orfandad y confusión. A las diversas calamidades nacionales –estancamiento económico, violencia desmedida, escaso anclaje democrático- se suma el hecho de que se arribe al año 2012 sin un consenso mínimo sobre el rumbo a seguir.
Se trata de una genuina desorientación nacional.
Existe un boleto de entrada para que un país sea influyente: querer serlo. México ha perdido su aspiración de influencia porque no sabe hacia a dónde se dirige. No hemos, en los últimos años, encontrado las coordenadas mínimas de consenso para definir un modelo económico de crecimiento acelerado, reglas para dar calado a la democracia y políticas para reducir la desigualdad.
La verdadera tragedia nacional reside en esa ausencia de definición sobre el futuro posible que derive de un imaginario colectivo. Al no tenerlo, no hemos sido capaces de construir un genuino espacio de convivencia, un sentido de misión compartido ni un horizonte de certidumbre para las futuras generaciones.
Las discusiones pueriles nos consumen y la parálisis en la concreción de los proyectos-nación nos atrofia.
La India decidió, hace cuatro décadas, apostar todo su futuro a la fuerza de la educación de calidad. Los resultados se ven hoy. Antes de la mitad del siglo, el país será la segunda economía mundial. Uruguay y Perú han concertado un gran esfuerzo nacional para dotar de computadoras a toda la población estudiantil. Brasil se propuso ser un líder global y un actor central en la configuración de un nuevo orden mundial. España fue capaz de pactar una transición y visualizar un futuro portentoso. Corea se reinventó de la nada hace medio siglo tras una guerra fratricida y fue capaz de reinventarse otra vez hace dos décadas cuando sus líderes vieron cómo el mundo cambiaba y decidieron ser una potencia en materia de tecnología. China ha sido el ejemplo más palpable del valor de la determinación para cambiar.
En México, en cambio, no hemos logrado definir el rumbo de la nación. La elección del 2006 terminó con una polarización nunca antes vista que confrontó a dos proyectos de país incompatibles. Literalmente, el voto de la nación partió la geografía nacional entre el norte próspero y el sur rezagado. No hubo, después, el talento, ni el patriotismo, ni la altura de miras para convertir esa elección en un ejercicio dialéctico del que derivara una síntesis con lo mejor de cada propuesta. No hubo rebase por la izquierda, ni reenfoque por la derecha. Tampoco la incorporación del adversario, ni convocatoria a un gran acuerdo nacional. Hubo todo lo contrario: exclusión y guerra. Guerra que hoy se agudiza y amenaza con ser un ensayo nihilista: todos contra todos.
México es un país incapaz de tomar grandes decisiones y que se pospone. Sus grandes proyectos nacionales están atorados. Hemos sido incapaces de construir un aeropuerto que de viabilidad al tráfico de la capital. Lo intentamos desde el año 2000. China, desde entonces, ha construido más de 300. El Puerto de Veracruz, el más grande del país, continúa en proceso de saturación, hasta que quede asfixiado. Su ampliación se ha pospuesto una y otra vez. China se deshizo del viejo puerto de Shanghai hace menos de diez años, utilizó las viejas instalaciones para la expo mundial y construyó un puerto totalmente nuevo en una isla adyacente que hoy es el recinto portuario más grande del mundo.
Aquí declaramos al turismo sector prioritario pero no le damos presupuesto a la secretaría federal y reducimos su influencia al partir la política sectorial en tres ámbitos muchas veces inconexos (SECTUR-FONATUR-CPTM). Mientras tanto, Malasia nos ha rebasado como receptor de visitantes internacionales. No hemos logrado dar viabilidad a PEMEX, que nutre del 40% de recursos al presupuesto nacional, y Brasil ha construido verdaderos colosos internacionales en materia energética y aeronáutica, entre otros. Proyectos clave como el corredor del Istmo de Tehuantepec, que uniría por vía ferroviaria de alta velocidad y autopistas al pacífico con el golfo, están empolvados. China conecta a sus mercados con Europa a través de una red logística de primer nivel que estará lista en menos de una década.
El tiempo no vuelve. La ambición nacional se diluye bajo el paso de los años y el peso de la mediocridad. Los mexicanos hemos perdido la capacidad de pensar en grande, de visualizarnos como jugadores regionales y globales de influencia y calidad.
Eso, y no otra cosa, se juega en 2012.