Fernando Vazquez

13/01/2008

La problemática del alza de precios en los alimentos revela, acaso como ninguna otra, los impactos locales de acontecimientos globales. Esto es: que en México estén aumentando los precios de diversos artículos de consumo prioritario, en gran medida, tiene un origen preciso: globalización.

El tema es delicado. La inflación, se sabe, es el principal impuesto contra los más necesitados. Quien posee bajos ingresos debe destinar mayor proporción de ellos para adquirir insumos de primera necesidad. Por ello, no sin razón, los gobiernos federales se han empeñado, de Zedillo, a Calderón, en mantener bajo control el fenómeno inflacionario.

La pesadilla de la inflación arrancó con gran rudeza en el país en el año 1982, con la crisis de la deuda. Un año antes, para México se formó la tormenta económica perfecta: una deuda externa fuera de control –más de cien mil millones de dólares- con intereses ajustables fijadosen dólares y un desplome de los precios de petróleo, que disminuyeron de más de cincuenta a menos de diez dólares el barril.

El resultado fue la quiebra, y México sufrió las consecuencias: la moneda se devaluó de 1982 a1995 de 24 a 8 mil pesos por dólar. La inflación se disparó a cifras de dos dígitos, y las tasas de interés corrieron tras esos incrementos.

La situación actual del alza de precios de alimentos es grave. Mientras la inflación se mantuvo bajo control en términos generales el año pasado –del orden de 4%- un análisis más detenido revela que los productos alimenticios subieron el doble de ese porcentaje, en poco más del 7.5%. Eso significa que la baja inflación está siendo mantenida por artículos que no son de primera necesidad. Algunos productos, como los lácteos procesados, subieron más de 18% en 2007.

En correspondencia a este incremento, los salarios mínimos registraron un incremento de apenas dos pesos, lo que significa, en términos simples, que el poder adquisitivo de los trabajadores más necesitados se está pulverizando.

En suma: la situación que se espera este año es delicada, injusta, y amenaza con ampliar la brecha de la desigualdad y la ignominia que parten a México como una herida que no cierra.

Lo más complejo de este panorama es que hoy, en la economía más poderosa del mundo, la de los Estados Unidos, se están padeciendo las mismas angustias y preocupaciones. La clase trabajadora y la clase media de ese país comienzan a resentir el peso de la inflación en artículos de primera necesidad, lo que llevó al Presidente de la FED a anunciar, en un acto poco usual, que continuará reduciendo las tasas de interés, que han bajado de manera significativa en el último año.

Lo que está ocurriendo es una problemática impulsada por dos motores. Uno internacional y otro estructural de la economía mexicana.

Por un lado, el alza en todo el mundo de los precios de los alimentados está siendo impulsado por dos fenómenos: el crecimiento de dos economías y los altos precios del petróleo.

En efecto, el explosivo crecimiento de China y la India ha logrado duplicar el tamaño de sus economías en los últimos años. La tasa de crecimiento China triplica anualmente a la del mundo desarrollado, y la India la duplica. Ambas naciones han logrado sacar de la pobreza, en conjunto, a 600 millones de seres humanos en la última década. La dimensión geográfica de estos colosos ha hecho que el incremento en los ingresos de buena parte de su población, comiencen a desequilibrar a los mercados internacionales de granos, carnes y lácteos.

En conjunto, China e India, poseen una población de más de 2,400 millones de seres humanos: un tercio de la población mundial. Por ello, cuando gran parte de estas personas comienzan a tener dinero para comer mejor, la demanda es inmensa. Por lo mismo, el sólo consumo en estos dos países ha hecho que los precios mundiales se incrementen, golpeando a las economías locales.

La segunda arista de la vertiente internacional tiene que ver con los altos precios del petróleo. Rebasada la barrera mítica de los cien dólares, los principales economistas del mundo anticipan que las épocas del petróleo barato han llegado a su fin. Los altos precios del petróleo y sus derivados han llegado, y lo han hecho para quedarse. Quizá no se pueda mantener un precio tan alto como el que se registra hoy, pero la prospectiva económica indica que tampoco será fácil que se registre un desplome en los precios.

Y un alza en los precios del petróleo implica que la producción en general, pero particularmente la del sector primario, se encarezca. Además, el combustible encarece a la cadena de suministro. Por ello, Estados Unidos decidió apostar a generar una política de producción de fuentes alternativas de energía. Bush anunció, en el año 2006, un plan para impulsar la producción de energía a partir de carbón, retomar la energía nuclear e incentivar las fuentes de bioenergía. En este rubro, en vez de apostar por la caña de azúcar para producir etanol, optó por el maíz.

Esta decisión provocó que la oferta del mayor productor de maíz se redujera, haciendo que el precio creciera. Malas noticias: el plan de Bush apenas comienza y pretende seguir incrementando el uso de maíz para producir etanol en los próximos años. La falta de maíz y su alto precio hizo que muchos productores de ganado pensaran lo mismo de manera simultánea: cambiar la alimentación del ganado por trigo u otros granos. Consecuencia: el precio del maíz subió 100% y el del trigo 170%.

Además de esto, se encuentra el desastre interno. El campo mexicano ha sido devastado por malas políticas. Los subsidios no llegan y cuando lo hacen aterrizan en las grandes industrias y no en los pequeños productores. Hay una baja productividad en el agro –en México se cosechan 3 toneladas de maíz por hectárea mientras que en Estados Unidos producen 10-, producto del agotamiento de la tierra, de una baja tecnificación, de falta de financiamiento y de una propiedad fragmentada. Existen graves distorsiones de mercado, que impiden una correcta comercialización.

La situación del alza de precios es sumamente compleja, como se vio, y políticamente explosiva. Felipe Calderón y su gabinete deberán desplegar toda su capacidad creativa, sus conocimientos y su talento para sortear esta tormenta que amenaza con rebasar los altísimos niveles de tolerancia de los mexicanos. Cuidado. Con las cosas de comer no se juega.

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